lunes, 26 de noviembre de 2007

Los cimientos; no se como me atrevo...



“Hotel, seguro que jamás se te irían de la cabeza sus besos y que acabarías rozando la locura, que solo pensarías en besarla durante quince minutos en el cuello, el tiempo necesario para no volver a saber donde estan tus pies ni donde tu cabeza. Hotel, seguro que habría moqueta, moqueta con manchas de esas que las empleadas se empeñan en sacar pero que continuan allí por mucho que ellas froten, nadie sabe por que diablos no se van, si no existieran seguro que recrearíamos esa imagen mental, la cosa es así de simple las moquetas de los hoteles están llenas de manchas. Hotel, con ascensor en el que volver la cara a la mañana sigüiente, mirarte en el espejo y ver la cara de feliz cansancio que llevas “good morning midnight”.
¡Qué horrendas son las plantas en los hoteles!, es como si gritaran artificial, plásticazo, pequeñas junglas de plástico y moqueta donde cazadores y presas se meten en la cama juntos y donde la presa desea devorar y el cazador ser devorado, así estos viven su catársis particular y lo dan todo hasta acabar descansando exhaustos uno frente al otro, el uno encima del otro admirados en su empresa...
El filólogo para el relato, la metáfora es ya demasiado enrevesada y aunque desearía escribir todo con voz clara, no puede, su condición se lo impide, se siente el más solo del mundo y no es capaz de terminar, de componer algo coherente, sin embargo algo le obliga a acabar con esto, acabar o vivir encerrado en un bucle metafórico infinito”.
“El hombre gordo vive al fin su momento epifánico, se pone en pie, sale de la habitación, camina sobre la moqueta, mira absorto al final del pasillo, a la ventana, se dirige hacia ella, su paso apresurado se detiene, todo se ralentiza mira a través del vidrio y solo ve reflejo, extiende el brazo, toca el vidrio, tiene toda la palma apollada en la ventana y siente el frio del exterior, el hombre gordo abre la ventana y el aire golpea su cara, corre por el pasillo, revuelve a los amantes en sus camas, les encoge las piernas bajo las sabanas...Grita, grita, grita, sin más, perfectamente consciente de por qué el aire llena sus pulmones, consciente de la vibración en su garganta, no es de este mundo, le pertenece a él, es el grito del hombre gordo. Todo está igual, pero ahora el hombre gordo decide descolgarse por la ventana y anda entre el ruido de tacones que se alejan a toda prisa del hotel escondiendose en el quehacer de la mañana. El hombre gordo camina, lo hace por que lo hace, camina y atraviesa la ciudad, llega al término de esta, pasa por los polígonos y continua hasta llegar a Matacán, donde una avioneta despega y alguien se estresa por un viaje al descanso. El hombre gordo sigue su camino y llega al fin a un bosque muy frondoso, se adentra en el, entonces se mete las manos en los bolsillos y se para. Ya no pasa nada más, ya no tiene esa sensación de los niños de apresurarse aunque no sepa la respuesta, se queda allí quieto, se queda allí sin más”.
Sin más terminaba el relato, "no sé quizás sea un poco corto pero tampoco necesitaba decir nada más". Sonreía pensando en como se había pasado años intentando atreverse a hacerlo y por fín lo había conseguido, había plantado a su hombre gordo en mitad de aquel bosque, ya nunca más se devanaría los sesos buscando interpretaciones. Toda su carrera era un enorme por qué, se dió cuenta de que había escrito este relato como respuesta a preguntas que aún se hace. Se pregunta si Lady Chatterley's Lover realmente merece tanto estudio, un estudio que se había convertido en los desvaríos de un club de lectura; que si es obsceno, que si aborda la problematica de la unión hombre-mujer como seres racionales..."¿Qué más da si Lawrence tenía pensado un castigo para los amantes o les había hecho inmensamente felices?" No puede evitar sentirse fascinado por la minuciosa descripción de los encuentros de los amantes, tan puros y bellos... ¡No!, jamás había estado en contra de Connie, ella sabía por que lo hacía, lo hizo sin más, en la infidelidad estaba su salvación, "¿qué hubiese sido de ella si Lawrence la deja encerrada y Mellors hubiese vuelto con la mujer que tanto le costó olvidar y aún quería?" Ambos lo necesitaban, lo que moralmente nos repugna puede ser sublime.
El filólogo pensó en su relato, en los hoteles y por un momento dejó de ver en ellos un sitio artificial, su comienzo cobraba sentido. Por supuesto el hombre gordo necesitaba un final y él se lo había dado, si un rayo le hubiera fulminado como a un arbol más en ese bosque no hubiese sido justo, el hombre gordo tenía algo especial dentro de él, lo había demostrado gritando.
Sonreía, no sabe muy bien por qué le ha dejado allí y así, no le importa nada más, "ni aspectos formales ni las faltas en el estilo".
El filólogo mete una taza con agua en el microondas, saca una bolsita de té y se acuerda del Reino Unido, de que aquello si era té y no esta mierda, moja una galleta maría y se acuerda de su infancia. A su alrededor bolas de papel y un montón de cosas que le dicen que una vez una mujer rondaba por allí. Ahora solo estaban las pelotas de papel de su suelo y de sus bolsillos, escritas mientras hacía tiempo con un café en el cual sonaba una canción “call me baby, baby all the time”. Él, él y sus papeles, sus amadas y odiadas conjeturas, escritas y borradas, arrugadas y estiradas.
Aparta los papeles y del suelo levanta una tabla, donde escondía la caja en la que guardaba el regalo para ella; un collar, un collar de perlas y ninguna virgen con corona al otro lado del río, se prometió no fumar.
Enciende la luz del baño, abre el grifo, en el desagüe cabellos que no son suyos y no sabe muy bien por qué estan ahí. El agua resbala por su cuerpo desnudo y una vez más vuelve, vuelve allí, al bosque con su hombre gordo parado, con su hombre gordo sin más, se queda allí pensando en Connie Chatterley en la cabaña, en ella y Mellors follando, en que la gente lo sabe y en que no es malo, nada malo que dos cuerpos se lleven bien y que dos narices se gusten. Dejémoslos juntos por que es como quieren estar, dejemos al hombre gordo solo en el bosque y al filólogo arrugándose bajo el agua, así sin más.






Disculpen faltas y demás...la ilustración es de mi querida Raquel Aparicio y se llama "she writes, he reads".

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