lunes, 12 de octubre de 2009

La Criatura de La Muerte en Venecia


Me senté en el autobús y noté algo húmedo y desagradable entre mis piernas. Todo comenzó cuando vi en mis bragas un moco transparente de aspecto gelatinoso, como el agar-agar de la ensalada china pero más denso. Fue en ese preciso instante que empecé a visualizar unos parpados aleteando frenéticamente, unos ojos medio entornados, cada vez más vivos y brillantes una pequeña lágrima mojando levemente las pestañas y todo se acababa. Se me suele pasar, pero seguí con esa imagen durante cada hora de ese día, mientras trabajaba, mientras andaba, mientras me hablaban, cuando una mujer apretó el dispensador de líquido desinfectante de manos en un baño público. Quise avanzar pero mientras que estuviera en mis bragas la imagen seguiría en mi cabeza. Llegué a casa me duché y la imagen desapareció, en su lugar un anuncio del desodorante fa y unos pezones erectos. Un instante antes de tirar las bragas al cesto de la ropa sucia retuve la imagen en mi cabeza una vez más y esta vez por ser más nueva y distinta me trajo unas pestañas rubias y una sombra verde azulada, no turquesa sino verde suave, una media luna verde que fluía. Tumbada boca arriba desde esa perspectiva vi como lentamente se derramaba sobre mí boca, me cegaba los ojos y daba fin a ese viaje. Me llevé impulsivamente la mano a la barbilla, a los labios irritados a las mejillas encendidas, me froté la cara y empecé a reír animalmente, desperté con la cara llena de baba y gimiendo.
A veces me pasa eso se me colgaba el cerebro y retenía un momento de vacío sobrecogido por una sensación. Hubiera llegado a decir que era normal pero mi condición de escritora no me deja. Entonces las dimensiones cambian, el espacio suena, los colores huelen a cosas y se sienten en el paladar.
Y esto no hubiera sido excepcional sino fuera por que el moco transparente reapareció y la visualización se quedó instalada como una pequeña nubecita en el ojo que me hacía irresistible para los hombres, en los cuales yo sólo buscaba medias lunas verdes y pájaros de plumaje dorado atrapados en un cuarto y reía orgásmica mente por culpa de la excitación y la bella visión.
¿Qué pasará cuando el moco desaparezca? Esa pregunta no me dejaba vivir, era peor que ser “la mujer más atractiva del mundo”, que desquiciar a hombres casados y ver llorar a los más dignos.
Viví con el miedo a perderlo, cada vez olía más fuerte, cada vez más risas orgásmicas, más visiones, más hombres y allí estaba yo llorando como la magdalena más lasciva que pudierais imaginar delante del médico que me pedía que me quitara la ropa y me pusiera una bata.
-Tienes una infección.
Aún en la silla le miré y le dije
-¿y qué?
Después casi no recuerdo nada, se me debió de colgar el cerebro. La mañana que amanecí percibiendo el olor a hospital pensé que estaba volviendo a hacerlo, como escritora metida muy en su papel. Pero en el baño y en mis bragas no había moco.
Así pasé mucho tiempo pensando en volver a ese momento e intenté entrenar mi mente leyendo, viendo un montón de tele y poniéndome minifaldas. Cuando reía delante de un hombre lo intentaba y sólo conseguía miradas aterradas. Me hice a la idea de que el moco jamás volvería, dejé de depilarme ante la posibilidad de no volver a desnudarme y fui el ser gris que era, parcialmente imaginativo. En la desesperación de la noche fui testigo de la pestilencia de los miles de focos infectos que nada tenían que ver con mis piernas y entre todos ellos vi a un joven de bucles rubísimos y de ojos como los de mi visión y si antes nunca había sido capaz, ahora sentía que podía usar la palabra “miembros” para describirle. Cuando estaba a su lado sentí la humedad de mi antiguo moco y cuando de madrugada en su cama cayó desplomado, le abracé y besé gimiendo “Tadzio, Tadzio”.
La Generación del CeroNueve