jueves, 3 de diciembre de 2009

I fear those big words, Stephen said, which make us so unhappy


Este p(r)ost se iba a llamar Lo que duelen las críticas pero he preferido robarle a Joyce la frasecica. Bueno, la verdad esque no tiene título por que está dentro del relato "noviembrero" Caramelos y lo llamo "noviembrero" porque en "noviembre" se me pone una nube de niebla charra a la altura del lóbulo frontal y me salen cosas así. En diciembre me da más por humor y mala hostia combinado a pachas, serán las navidades que cada año empiezan antes, que fluya el cava al menys.

* * *
“Nadando le entró agua en los oídos y desde entonces escuchaba lo que nadie más podía escuchar.”
El primer día el agua fue un pitido y no le dejo dormir. Su madre la tuvo saltando un buen rato a la pata coja, pero nada, la niña solo oía el golpe distorsionado de sus saltos.
El segundo día descubrió algo nuevo las palabras familiares que murmuraba parecían totalmente distintas. Primero probó con palabras que sonaban feas y vio como se transformaban en sonidos que no decían nada.
Cuando veía a alguien discutir, quejarse, llorar o todo lo que nos disgusta, ella cerraba los ojos y oía zumbar las silabas y pensaba en corrientes de abejas, en pájaros, en juegos y no había gritos, reproches, ni dolor, sólo sonido.
Al día siguiente se dio cuenta que las palabras importantes desaparecían y se hacían zumbidos nada era serio, no había gente odiándose ni amándose, había sonido, sólo sonido.
Y que decir del día de fiesta del pueblo, en el que la gente bailaba y ella podía oír todo: música, vueltas, abrazos, pasos, pisotones, risas y “ays”.
Todo se distorsionaba mágicamente formando el perfecto zumbido, mágico y armonioso, hipnotizador de los sentidos.
Cerró los ojos, se dejó llevar y bailó dando vueltas cada vez más y más rápido y de repente abrió los ojos y todo flotó al ritmo armónico del sonido encerrado en los oídos de la pequeña, que cayó al suelo mareada y muerta de risa.
De repente escuchó nítidamente a su madre regañándola y como esta se volvía a disculparse con un señor enfurruñado que le daba voces a la niña “¡Niña! ¡Qué modales!” y otro regañaba a este señor por reñir a la niña y ¡menuda riña!
A medida que el secreto de la caracola en sus oídos despareció y se hacía mayor, la niña aprendió que las palabras muchas veces se regalaban y que otras eran manipuladas por verdaderos maestros y también por verdaderos majaderos. Con destreza los menos hacían música, aunque siempre acababan añorando no poder capturar siempre la belleza. Con normalidad vergonzante los más se dedicaban a hacer lo más indigno con ellas, a lamerlas, a hacerlas chascar en la lengua, a ser sibilinos, serpentearlas y a veces volverlas una espina en la garganta atragantada.
Una vez a esta ya señorita le llegaron al oído la enfermedad de los que no escuchan, palabras de estas que se tuercen, se te retuercen y que se hacen el peor de los dolores.
Y volvió, volvió a pensar en los zumbidos así que no lo dudó y se metió en el agua, aguantó lo más que pudo pero el agua se iba y las palabras torcidas volvían. Siguió nadando tan lejos como pudo. Al fin agotada sintió un miedo eufórico y después se sumergió. Notó como el sonido la arrastraba, dejándose llevar bailó como en la fiesta, el vals sobre de las olas.
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http://www.youtube.com/watch?v=x0c5UxoBOEE