viernes, 30 de abril de 2010

Los escritores

No sabía ni como titular esto, en fin... titulo provisional.

* * *

Un café frente a frente tú escribes, yo leo. Hace ya tiempo que tus palabras son del café de las 12:30, de esas que se describen con adjetivos como “sutil”, “bello” o “delicado”. Me ponen furiosa, a veces me lo dices a mí, tan bajo, A MÍ. A veces tengo que buscar mucho y cuando las levanto debajo sólo encuentro insectos retorciéndose.

12:30, vuelves a escribir frente a mí a oscuras donde las luces del noroeste son un brillo en la esquina del ojo de Madrid tan cegado por la contaminación lumínica. Frente a frente tú escribes, yo leo.

Un reflejo especular más, una visión estupenda me hace soltar letras encadenadas en palabras que se hilan en una lengua larguísima, infinita y tú, tú al fin abres la boca y tragas. Frente a frente yo escribo, tú lees.

jueves, 22 de abril de 2010

La unión e-c II

Huele a gris

Parece que todo duerme pero cuando el invierno se acaba, el mundo explota y llega la época de tormentas en la que el campo desprende calor y la tierra tiene un olor temible. El cantautor huele a gris y no se cambia de camisa después de los conciertos.
Cuando las nubes eran un manchón negro sobrecogedor los mayores te aconsejaban no correr, pero me pilló despistada y cuando un relámpago partió de azul el horizonte verde algo me disparó a toda velocidad atravesando el trigo, buscando el camino a casa. En bajo contaba los segundos que tardaba en sonar el trueno pero nunca recuerdo la fórmula. Un...dos...tres...

Un Vals


Un...dos...tres... y llegó su voz cada vez más cercana y más ronca de lo que la recordaba. Me concentré en la cuenta. A zancadas por el inagotable verde mientras la oscuridad arriba la rompían coronas de dedos de oro. Yo seguí como un piano aporreado en distintas escalas.
Un...dos...tres... me atrevería a afirmar que todos sentimos lo mismo al oírle por primera vez, miedo. Nunca había oído algo así, tan grande. “Te contaré una historia” soy buena contando historias.

Agudo o grave

Quise aprender con todas mis fuerzas a tocar un instrumento y mis padres me presentaron a una prueba en el conservatorio. Nos sentaron a todos en un aula que caía hacia abajo y nos pidieron ponernos los auriculares. “¿Agudo o grave?” preguntaban después de un sonido. Después del tercer sonido me quedé mirando desde esa posición al infinito embobada y marcando casillas al azar. “¿Más agudo o más grave?”. No pasé la prueba, debo de tener mal oído. Quizás sólo a mí me da miedo cuando canta y cuando esto pasa sigo oyendo al examinador diciendo con tono neutro “¿más agudo o más grave?”

La fórmula perdida


Qué bien me hubiera venido recordar la fórmula del sonido y el tiempo para saber cuando se me iba a echar encima la tormenta, en lugar de eso un rayo cayó delante de mis narices. Los que nos hemos deslumbrado viéndolo tan cerca sabemos que en ese preciso instante algo te abandona, alguien te sopla por dentro y sólo percibes ruido blanco. Me tiré al suelo donde la tierra era un cuerpo caliente de olor temible y allí esperé buscando la fórmula perdida, viendo estrellas sucias de color ceniza y oyendo voces distorsionadas. La verdad es que le echo de menos.
Apoyé mi cara contra el suelo, besé la tierra y me abracé todo lo que pude. El sonido atronador lo llenaba todo, montones de muebles arrastrándose por el piso de arriba. “Vete, vete”
Me volví y miré hacia arriba, la verdad es que le echo de menos y entre tanto ruido temible me levanté temblando. Entonces en todo el campo comenzó a llover.




* * *
Me voy a Nueva York y os dejo por Sant Jordi la segunda parte de algo que escribí. Como siempre perdonar por las faltas y demás.

sábado, 17 de abril de 2010

Ver

“Cuando me vi en la cafetería inclinada sobre un librito para no parecer tan sola tenía el aspecto de esa imagen ya tantas veces utilizada de la flor cabezona con el tallo tronchado. La cabeza colgaba florida y pendulante del cuello a punto de romperse. Me pregunto cómo reaccionaría la gente si dejara que la cabeza se me desprendiera del cuello. La cara se volvería blanda y acabaría aplastándose contra la plancha de mármol que es la superficie de esta mesa y cómo olería todo a roto, el pelo untado en café y la cara salpicada de cerámica de la mala. Pero me sostengo, mirando al librito.
Me vi dando caladas a un cigarro y me pregunto cómo me mirarían si de repente empezara a arder de verdad, si me desprendiera de mí, me volviera ascuas y flotara por todo el bar. Todo el mundo empezaría a toser y a ponerse morado, seriamos un precioso campo de violetas con olor a tocino rancio. Pero, nada de eso. Me vi de muchas formas y me propongo no llegar a ser la misma cara de naufrago de café de ciudad rota y quemada por tanta, tanta sal. Me vi mientras miraba al libro llena de manos que tiraban de mí, unas hacia fuera y otras hacia dentro. Cuando se encontraban, las manos, se abrazaban contorsionándose en nudos imposibles.
Me vi y por no conocerme quiero volver los ojos hacia dentro.
Me vi, leyendo en alto y noto la lengua abandonarme y viajar en su cavidad, blanda y lasciva moviéndose adelante y atrás, no quiero que se oiga lo que de allí sale y no sé por qué en lugar de la boca me vi tapándome la frente con ambas manos y desde entonces he dejado de ver.”

Consiguieron levantarla, la inmovilizaron en la silla y allí se quedó hasta que alguien la soltó:
-Anda, ven
Ella se quedo sentada.
-Venga, vamos
Ella siguió sentada.
-¿Qué te pasa?
Entonces ella empezó a moverse arrastrando la silla con un gesto extraño y torpe. Ese alguien se dio cuenta de lo que pasaba, no sabía que la habían desatado.

jueves, 15 de abril de 2010

Vuelvo a hacer de las mías

Es decir meterme en un jardín (expresión que siempre me ha gustado) y que creo que viene al pelo para cada vez que me atrevo a postear algo de poesía, si algún día escribo una colección de poemas la llamaré así, superingeniosamente: "Meterme en un jardín"
Aunque lo más probable es que la acabe llamando sutilmente "Métete en mi jardín" de estos títulos que te enorgullecen tanto como para poner tu foto en la contraportada. Eso sí, en blanco y negro, mirando ad infinitum y sosteniéndose la barbilla.

Un collar de cuentas brillantes

iban rodando suaves por la espalda

y se engarzaban preciosas.

Tanto lujo en conocerle.


Un collar de cuentas brillantes

es ahora un rosario cosido en mente

en el que en cada gota se repite

la misma letanía

jueves, 8 de abril de 2010

La Orgásmica Orgánica/ La Oh Oh

-Bueno, y esta es tú habitación.

Se miraron y torpemente empezaron a besarse, golpe de dientes y lucha de lenguas. Ni siquiera disimulaban en secarse la baba que les resbalaba viciosa por las comisuras, por qué iban a hacerlo si se acababan de “conocer”. Aún así no eran ellos mismos.

Presentaciones.

Ella: depredadora sexual de mediana edad de pequeños pechos y gran culo. De espaldas y sentada parecía una pera, pero una pera ideal. Los rasgos faciales que la hacían terriblemente atractiva eran unos enormes incisivos el derecho más adelantado que el izquierdo y un estrabismo hipnótico.
El: canoso atractivo, miope y misterioso. De hecho su misterio no era más que una horrible timidez que le hacía tragar saliva cada vez que iba a decir algo. Cuando decía más de dos frases seguidas el sonido que emitía era cercano al gorjeo, por no hablar de sus miopes ojos paralizados por la toma de conciencia de este último hecho fisiológico.

Tormenta


Se encontraron esa precisa noche. Ella miraba extraño cuando por la esquina de su ojo relampagueó un destello plata , hora de cazar. Como buena depredadora lo acorraló, se plantó delante de él visión periférica y poderosos cuartos traseros, irresistible. Él miro hacia otro lado, tropezó con un taburete y esta fue la señal que gritó “¡ataque! ¡ataque!”. Ella empezó a envolverle y a sonreír enseñando sus enormes dientes y él que se sentía preso intentaba mantener el control mental sobre las palabras que iba a decir. Se pasó todo el cortejo hablando con monosílabos, hasta que en un momento de debilidad soltó dos frases. Los ojos de ella se pusieron enormes, sus pupilas se dilataron hasta parecer un bicho diabólico de mirada ónice. Se quedó como un cacharro sin pilas emitiendo en un loop ridículo ese sonido glotal descuajeringante.
Supongo que él no dijo ni sí ni no, pero allí estaban en su habitación follando. No estuvo ni bien ni mal. Ella consiguió calmar la hinchazón y el hambre de los días desocupados y él consiguió irse después de un tiempo con alguien a la cama. Ella se quedó dormida y él se dedico a mirar en el espejo del baño su cuerpo embadurnado del carmín color cereza de marca conocida aunque no muy cara.

Nascencia

La perspectiva de los colores cambió con la claridad de las 9:30 a.m. de ese día despejado. Él se giró para ver al monstruo de carmín cereza babeando sobre la almohada con su enorme paleta derecha sobresaliendo eróticamente entre sus labios y se empezó a hacer toda clase de preguntas, la mayoría de ellas relacionadas con cómo echar de allí a esa mujer. Aún dormida se giró, él metió la cabeza en la almohada pero ella no estaba despierta, el sol le iluminaba la piel, una piel blanca y casi transparente donde se adivinaban incontables ramificaciones. Una de ellas recorría todo su pecho, se anudaba con otras en un inmenso conjunto orgánico cuyo extremo estaba en la barbilla. Él creyó ver la vida moverse bajo esa piel translúcida, se acercó para tocar el árbol azul y ya no pudo parar. Cuando ella despertó él estaba hundiendo sus labios en sus muñecas, recorriendo una guía de color cielo, oyendo martillar un mudo “estoy viva” en sus ingles, en su pecho, en sus sienes enloquecidas, todo bajo sus yemas. Por primera vez ella se sintió inmóvil, inmensa parte del engranaje de un universo invisible del cual sólo existían pequeñas pistas sembradas bajo la piel.

* * *
En la habitación de al lado se oía una risita repulsiva de alguien que escuchaba los sonidos zoológicos que atravesaban el tabique.
* * *

¿Qué había sido aquello? Cuando acabaron ella se escondió debajo de las sábanas y él salió corriendo de la habitación. ¿Qué había sido todo aquello?
* * *
¿Qué fue?

Cada día fue pasando en blanco, intentando llenar la cabeza, los silencios, las subidas y bajadas en el ascensor, las paradas de metro, los semáforos...Pero ambos tenían una pelota de goma atrapada en el cerebro, soltada fuerte y a mala hostia.
En casa ya, hundida en el sofá y frente a un late-show veía a Letterman machacando a ironías al guapo de Joaquin Phoenix desquiciado balbuceando incoherencias detrás de una barba descuidada y de unas gafas oscuras, probablemente una actuación pactada. Se levantó para prepararse un baño sin tan siquiera darse cuenta de que se había dejado la tele encendida y a todo volumen. Mientras se desnudaba descubrió las pequeñas consecuencias visibles de aquella noche y empezó a acariciarse las marcas de distinta gama de colores desde el rojo al verde y ese azul que le crecía por la pierna. En la tele el público de Letterman se partía de risa. Las mismas risas que llenaban el salón del hombre canoso que estaba frente a la tele en estado catatónico y en calzoncillos.
Fue la risa un poco más aguda y ominosa de uno de los asistentes del público la que les lanzó a la calle y al mismo club donde se habían encontrado.

Crecimiento

Poco después él estaba mirando los mismos nudos hoy amoratados del cuerpo tembloroso y con forma de pera ideal sobre el sofá de skay alumbrados por el resplandor azul de la cbs.
Y sumergidos en un trance exquisito flotaban suaves como empujados por una corriente eléctrica de rayos rotos que empezaban en los pies de ella y terminaban en la enorme vena de su barbilla.
El café y todo empezó a oler a electricidad. Él empezó a seguirla a escondidas por casualidad, a mirar como el viento la mecía al cruzar la avenida, el pequeño rayón azul que en su tobillo se dibujaba por culpa de los tacones, de su muñeca izquierda asomando cuando miraba la hora.
Ella le vio mientras encargaba su café eléctrico. La gente no reprimía miradas molestas del tipo “quita de en medio” al verla en la esquina de esa calle enorme metiéndose toda la mano en la boca. Lo que ellos no veían es que la mujer del polo negro con dos botones desabrochados que servía el café era una pelirroja de piel lechosa a la cual parecía que le habían bordado el pecho de azul violáceo. La imagen de los enormes dientes rastrillándose la mano provocó en un viandante con un poco más de tiempo para pararse a mirar una erupción de risa asquerosa.

Una técnica artística: el grabado

Regresó a casa corriendo con una bolsa de la que sacó un libro de anatomía de la biblioteca, un instrumento afilado y otras cosas que había comprado en una tienda de bellas artes. Abrió el libro por una página en la que la silueta de un hombre invisible y anónimo se dibujaba en rojo y azul, un mapa de venas y arterias, un árbol de la vida, sonrió. Llevó un enorme espejo que estaba en el cuarto de baño hasta el salón donde una vez bajo esa misma luz transparente él gorjeó algo que ella quiso entender como “mi vida” y con precisión milimétrica empezó a dibujarse con un estilete venas y arterias. Se arañó con el suficiente cuidado para que se hincharan las distintas líneas sin que estas se rompieran bajo su piel. Después sacó un fino y pincel y paso horas dibujándose.
Esa noche volvió a bajar al club con un vestido ligero de gasa tipo bata que se anudaba a la cintura y se desanudaba con un solo gesto. Sus ojos estrábicos miraban a su alrededor a una velocidad tal que la hacían parecer un poco demente esperando ver cruzar un destello plata, una mirada paralizada, palabras ahogadas.
-Hola cariño, te puedo invitar a una copa.

-Un martini para la señorita.
Dijo aquella sombra segura que pasó su mano por la cintura de ella a la altura del cuello de la pera, le apartó el pelo y se retiró con la mismísima cara que se le queda a uno cuando descubre que ama la belleza externa pero que ignora que la interior, la belleza interior son sólo un montón de vísceras, algo demasiado… en fin demasiado para asimilarse.
-¿Has…has visto…cómo tienes el cuello?, ¿te pasa algo?, ¿estás enferma?
...
Ella sonrió con sus enormes dientes y con sus ojos multidireccionales y la sombra estalló en una carcajada repelente. En segundo plano y en dirección a donde ella tenía clavada la sonrisa estaba él. Saltaron por encima de la gente entre “heys”, “ays” y risas burlonas.

“Mi vida”

Ella se abrió el vestido , puso los ojos entornados y ambos se desvanecieron coreográficamente, ya en el suelo él reptó por el cuerpo de ella hinchado, caliente y palpitante, la misma sensación que tiene una semilla al abrirse y verse desde otro plano creciendo en miles de millones de brazos y dedos azules. No se encontraban, ni se pertenecían pero no, ya no había nada que él pidiera que ella no pudiera darle.

lunes, 5 de abril de 2010

Quiero que me quieras

Con algún tipo de fuga nasal aguantó el tipo. Él la tenía como pájaro en mano, medio aplastado, febril y con su pequeño corazón haciendo de punzón en las yemas de sus dedos.