Huele a gris
Parece que todo duerme pero cuando el invierno se acaba, el mundo explota y llega la época de tormentas en la que el campo desprende calor y la tierra tiene un olor temible. El cantautor huele a gris y no se cambia de camisa después de los conciertos.
Cuando las nubes eran un manchón negro sobrecogedor los mayores te aconsejaban no correr, pero me pilló despistada y cuando un relámpago partió de azul el horizonte verde algo me disparó a toda velocidad atravesando el trigo, buscando el camino a casa. En bajo contaba los segundos que tardaba en sonar el trueno pero nunca recuerdo la fórmula. Un...dos...tres...
Un Vals
Un...dos...tres... y llegó su voz cada vez más cercana y más ronca de lo que la recordaba. Me concentré en la cuenta. A zancadas por el inagotable verde mientras la oscuridad arriba la rompían coronas de dedos de oro. Yo seguí como un piano aporreado en distintas escalas.
Un...dos...tres... me atrevería a afirmar que todos sentimos lo mismo al oírle por primera vez, miedo. Nunca había oído algo así, tan grande. “Te contaré una historia” soy buena contando historias.
Agudo o grave
Quise aprender con todas mis fuerzas a tocar un instrumento y mis padres me presentaron a una prueba en el conservatorio. Nos sentaron a todos en un aula que caía hacia abajo y nos pidieron ponernos los auriculares. “¿Agudo o grave?” preguntaban después de un sonido. Después del tercer sonido me quedé mirando desde esa posición al infinito embobada y marcando casillas al azar. “¿Más agudo o más grave?”. No pasé la prueba, debo de tener mal oído. Quizás sólo a mí me da miedo cuando canta y cuando esto pasa sigo oyendo al examinador diciendo con tono neutro “¿más agudo o más grave?”
La fórmula perdida
Qué bien me hubiera venido recordar la fórmula del sonido y el tiempo para saber cuando se me iba a echar encima la tormenta, en lugar de eso un rayo cayó delante de mis narices. Los que nos hemos deslumbrado viéndolo tan cerca sabemos que en ese preciso instante algo te abandona, alguien te sopla por dentro y sólo percibes ruido blanco. Me tiré al suelo donde la tierra era un cuerpo caliente de olor temible y allí esperé buscando la fórmula perdida, viendo estrellas sucias de color ceniza y oyendo voces distorsionadas. La verdad es que le echo de menos.
Apoyé mi cara contra el suelo, besé la tierra y me abracé todo lo que pude. El sonido atronador lo llenaba todo, montones de muebles arrastrándose por el piso de arriba. “Vete, vete”
Me volví y miré hacia arriba, la verdad es que le echo de menos y entre tanto ruido temible me levanté temblando. Entonces en todo el campo comenzó a llover.
* * *
Me voy a Nueva York y os dejo por Sant Jordi la segunda parte de algo que escribí. Como siempre perdonar por las faltas y demás.
jueves, 22 de abril de 2010
La unión e-c II
Publicado por Helena Martín en 7:31
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1 comentario:
me gusta muchísimo esto último que has escrito. Llévame contigo a Nueva York
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