-Bueno, y esta es tú habitación.
…
Se miraron y torpemente empezaron a besarse, golpe de dientes y lucha de lenguas. Ni siquiera disimulaban en secarse la baba que les resbalaba viciosa por las comisuras, por qué iban a hacerlo si se acababan de “conocer”. Aún así no eran ellos mismos.
Presentaciones.
Ella: depredadora sexual de mediana edad de pequeños pechos y gran culo. De espaldas y sentada parecía una pera, pero una pera ideal. Los rasgos faciales que la hacían terriblemente atractiva eran unos enormes incisivos el derecho más adelantado que el izquierdo y un estrabismo hipnótico.
El: canoso atractivo, miope y misterioso. De hecho su misterio no era más que una horrible timidez que le hacía tragar saliva cada vez que iba a decir algo. Cuando decía más de dos frases seguidas el sonido que emitía era cercano al gorjeo, por no hablar de sus miopes ojos paralizados por la toma de conciencia de este último hecho fisiológico.
Tormenta
Se encontraron esa precisa noche. Ella miraba extraño cuando por la esquina de su ojo relampagueó un destello plata , hora de cazar. Como buena depredadora lo acorraló, se plantó delante de él visión periférica y poderosos cuartos traseros, irresistible. Él miro hacia otro lado, tropezó con un taburete y esta fue la señal que gritó “¡ataque! ¡ataque!”. Ella empezó a envolverle y a sonreír enseñando sus enormes dientes y él que se sentía preso intentaba mantener el control mental sobre las palabras que iba a decir. Se pasó todo el cortejo hablando con monosílabos, hasta que en un momento de debilidad soltó dos frases. Los ojos de ella se pusieron enormes, sus pupilas se dilataron hasta parecer un bicho diabólico de mirada ónice. Se quedó como un cacharro sin pilas emitiendo en un loop ridículo ese sonido glotal descuajeringante.
Supongo que él no dijo ni sí ni no, pero allí estaban en su habitación follando. No estuvo ni bien ni mal. Ella consiguió calmar la hinchazón y el hambre de los días desocupados y él consiguió irse después de un tiempo con alguien a la cama. Ella se quedó dormida y él se dedico a mirar en el espejo del baño su cuerpo embadurnado del carmín color cereza de marca conocida aunque no muy cara.
Nascencia
La perspectiva de los colores cambió con la claridad de las 9:30 a.m. de ese día despejado. Él se giró para ver al monstruo de carmín cereza babeando sobre la almohada con su enorme paleta derecha sobresaliendo eróticamente entre sus labios y se empezó a hacer toda clase de preguntas, la mayoría de ellas relacionadas con cómo echar de allí a esa mujer. Aún dormida se giró, él metió la cabeza en la almohada pero ella no estaba despierta, el sol le iluminaba la piel, una piel blanca y casi transparente donde se adivinaban incontables ramificaciones. Una de ellas recorría todo su pecho, se anudaba con otras en un inmenso conjunto orgánico cuyo extremo estaba en la barbilla. Él creyó ver la vida moverse bajo esa piel translúcida, se acercó para tocar el árbol azul y ya no pudo parar. Cuando ella despertó él estaba hundiendo sus labios en sus muñecas, recorriendo una guía de color cielo, oyendo martillar un mudo “estoy viva” en sus ingles, en su pecho, en sus sienes enloquecidas, todo bajo sus yemas. Por primera vez ella se sintió inmóvil, inmensa parte del engranaje de un universo invisible del cual sólo existían pequeñas pistas sembradas bajo la piel.
* * *
En la habitación de al lado se oía una risita repulsiva de alguien que escuchaba los sonidos zoológicos que atravesaban el tabique.
* * *
¿Qué había sido aquello? Cuando acabaron ella se escondió debajo de las sábanas y él salió corriendo de la habitación. ¿Qué había sido todo aquello?
* * *
¿Qué fue?
Cada día fue pasando en blanco, intentando llenar la cabeza, los silencios, las subidas y bajadas en el ascensor, las paradas de metro, los semáforos...Pero ambos tenían una pelota de goma atrapada en el cerebro, soltada fuerte y a mala hostia.
En casa ya, hundida en el sofá y frente a un late-show veía a Letterman machacando a ironías al guapo de Joaquin Phoenix desquiciado balbuceando incoherencias detrás de una barba descuidada y de unas gafas oscuras, probablemente una actuación pactada. Se levantó para prepararse un baño sin tan siquiera darse cuenta de que se había dejado la tele encendida y a todo volumen. Mientras se desnudaba descubrió las pequeñas consecuencias visibles de aquella noche y empezó a acariciarse las marcas de distinta gama de colores desde el rojo al verde y ese azul que le crecía por la pierna. En la tele el público de Letterman se partía de risa. Las mismas risas que llenaban el salón del hombre canoso que estaba frente a la tele en estado catatónico y en calzoncillos.
Fue la risa un poco más aguda y ominosa de uno de los asistentes del público la que les lanzó a la calle y al mismo club donde se habían encontrado.
Crecimiento
Poco después él estaba mirando los mismos nudos hoy amoratados del cuerpo tembloroso y con forma de pera ideal sobre el sofá de skay alumbrados por el resplandor azul de la cbs.
Y sumergidos en un trance exquisito flotaban suaves como empujados por una corriente eléctrica de rayos rotos que empezaban en los pies de ella y terminaban en la enorme vena de su barbilla.
El café y todo empezó a oler a electricidad. Él empezó a seguirla a escondidas por casualidad, a mirar como el viento la mecía al cruzar la avenida, el pequeño rayón azul que en su tobillo se dibujaba por culpa de los tacones, de su muñeca izquierda asomando cuando miraba la hora.
Ella le vio mientras encargaba su café eléctrico. La gente no reprimía miradas molestas del tipo “quita de en medio” al verla en la esquina de esa calle enorme metiéndose toda la mano en la boca. Lo que ellos no veían es que la mujer del polo negro con dos botones desabrochados que servía el café era una pelirroja de piel lechosa a la cual parecía que le habían bordado el pecho de azul violáceo. La imagen de los enormes dientes rastrillándose la mano provocó en un viandante con un poco más de tiempo para pararse a mirar una erupción de risa asquerosa.
Una técnica artística: el grabado
Regresó a casa corriendo con una bolsa de la que sacó un libro de anatomía de la biblioteca, un instrumento afilado y otras cosas que había comprado en una tienda de bellas artes. Abrió el libro por una página en la que la silueta de un hombre invisible y anónimo se dibujaba en rojo y azul, un mapa de venas y arterias, un árbol de la vida, sonrió. Llevó un enorme espejo que estaba en el cuarto de baño hasta el salón donde una vez bajo esa misma luz transparente él gorjeó algo que ella quiso entender como “mi vida” y con precisión milimétrica empezó a dibujarse con un estilete venas y arterias. Se arañó con el suficiente cuidado para que se hincharan las distintas líneas sin que estas se rompieran bajo su piel. Después sacó un fino y pincel y paso horas dibujándose.
Esa noche volvió a bajar al club con un vestido ligero de gasa tipo bata que se anudaba a la cintura y se desanudaba con un solo gesto. Sus ojos estrábicos miraban a su alrededor a una velocidad tal que la hacían parecer un poco demente esperando ver cruzar un destello plata, una mirada paralizada, palabras ahogadas.
-Hola cariño, te puedo invitar a una copa.
…
-Un martini para la señorita.
Dijo aquella sombra segura que pasó su mano por la cintura de ella a la altura del cuello de la pera, le apartó el pelo y se retiró con la mismísima cara que se le queda a uno cuando descubre que ama la belleza externa pero que ignora que la interior, la belleza interior son sólo un montón de vísceras, algo demasiado… en fin demasiado para asimilarse.
-¿Has…has visto…cómo tienes el cuello?, ¿te pasa algo?, ¿estás enferma?
...
Ella sonrió con sus enormes dientes y con sus ojos multidireccionales y la sombra estalló en una carcajada repelente. En segundo plano y en dirección a donde ella tenía clavada la sonrisa estaba él. Saltaron por encima de la gente entre “heys”, “ays” y risas burlonas.
“Mi vida”
Ella se abrió el vestido , puso los ojos entornados y ambos se desvanecieron coreográficamente, ya en el suelo él reptó por el cuerpo de ella hinchado, caliente y palpitante, la misma sensación que tiene una semilla al abrirse y verse desde otro plano creciendo en miles de millones de brazos y dedos azules. No se encontraban, ni se pertenecían pero no, ya no había nada que él pidiera que ella no pudiera darle.