As you know my dears...no suelo escribir cosas de este tipo, pero está bien para variar.
Epifanía fálica: Un relato vacacional
Ese verano me había quemado parcialmente el trasero, lo suficiente como para tener que adoptar posturas extrañas maquilladas con movimientos presumiblemente gráciles.
Llevo casada menos de diez años y eran mis primeras vacaciones sin marido, antes de novios saliamos mucho a la playa. Esta vez mi marido se empeñó en que me viniera sola unos días "nos sentará bien a los dos y así descansas un poco de mi cariño". No sabía salir a la puerta de casa sin él, le cocinaba, le planchaba la ropa, era lo que se dice una ama de casa pero liberada, aunque no me gustaba un pelo eso de compartir tareas, digamos que mi pequeño placer cotidiano y el eje de mi matrimonio era un rol supervisor, bueno eso y los dulces. Si él fregaba los platos, yo les pasaba un pañito al terminar sin que se diera cuenta. Si planchaba la colada, a escondidas la volvía replanchar.
-Venga, a donde te quieres ir_me preguntó, y yo por no hacer mucho gasto le dije
-nada cariño un lugar baratito.
Así es como acabé en un apartamento a menos de cien metros de playa y de calificación cuestionable tres estrellas en la costa del Algarve. No sé por qué pensé que quizás mi marido escogería un lugar más remoto "es el nuevo Benidorm y sin tercera edad bailonga" me dijo sonriendo, yo le contesté con una sonrisa congelada mientras pensaba en zamparme todas las pastas danesas que su madre nos había traido.
El aparta-hotel olía a salitre, la decoración era la del hotel del resplandor con un "twist" más siniestro; las paredes estaban plagadas de cuadros de St Tropez ante los cuales una sólo podía suspirar bajo su pamela de ala ancha con sus gafas vintage a lo Audrey Hepburn, su bolso de rafia y un pareo elegantemente cruzado en el pecho.
La misma mañana en la que llegué, bajé a la playa con mi libro de María Dueñas y le dije al mozo de las tumbonas "cuánto?" Tras especular un poco sobre el precio de las tumbonas accedí a alquilar una en primera línea, el agua estaba algo fría pero me atreví a bañarme, mientras daba saltos circulares y me adentraba un poco en el agua iba sintiendome un pelín más eufórica, quizás porque el agua me había puesto los pezones super-duros y estaba en ese momento de excitación a medio camino entre el dolor y el placer. Sentí un hormigueo que me subía por las piernas y una calidez más que agradable, a mi lado un niño en una colchoneta de un cocodrilo y su madre instandole a que si se meaba hiciese pipí en el mar.
Asqueda, salí del agua no sin antes recibir una tabla de surf en las costillas que me dejó unos minutos sin respiración.
Torpe y con un labio vaginal fuera del bikini me dirigí a la tumbona, tras embadurnarme de crema solar por todas partes menos el trasero por decoro púdico me quedé dormida sobre la tumbona, tras unas horas de placentero sueño regresé al hotel, supe que algo no iba bien cuando escuché al niño del cocodrilo hinchable "mira mama, tiene el culo como un mandril".
"Tranquila, todo OK, relax, uno, dos, tres..." No me hubiera importando ni la calidez de la orina, ni el trasero, ni el "Overlook" apartahotel , nada, si no fuera porque de regreso al hotel vi un enorme letrero en rojo que rezaba "pastaleria", entré y compré medio kilo de pasteis de nata, con su costra de natilla tostada y su crujiente pasta.
Esa noche tumbé panza abajo a ver la tele, llamé a mi marido y no contestó ni al teléfono de casa, ni al móvil.
En una mano un pasteis de nata, la otra estaba ocupada aliviandome un molesto picor en la entrepierna. Llevaba dándome la lata todo el día, pero supuse que era el efecto de la depilación. Solía cuidar mucho los detalles, incluso de casada pasaba por interminables sesiones de limpieza de cutis, drenaje linfático, blanqueamiento anal y por supuesto depilación de pubis. Hasta me hice una vaginoplastia.
Mi marido no es coqueto, pero se fijaba en esos detalles, lo leí en una revista, una revista que compré porque incluía un monográfico sobre parejas e intimidad. Creo que se llamaba "las parejas y la intimidad" o "la intimidad en pareja".
Cada dos semanas me plantaba en el salón Susi y la susodicha me decía "está semana han venido una inyecciones divinas, es lo último en L.A." (pronunciado "el ei").
En la tele emitían un programa de testimonios "Cuando el llegó, mi vida cambió", enfocada en primer plano una mujer, el rótulo a su derecha arriba decía que se llamaba Encarnación, 45, esteticienne. En otro rótulo en la parte de abajo de la pantalla lo que presumía ser una cita de la tal Encarnación: "un pollón me cambió la vida".
Encarnación tenía una sonrisa amplia de las que muestran encía, a veces se llevaba la palma de la mano a la boca cuando estallaba en una carcajada y el público era un gallinero de "uuuuuhhhhs"
"La verdad es que estaba muy contenta con lo que tenía en casa, pero un día me mando a freir esparragos y yo estaba tan deprimida que pensé que no levantaría cabeza...pero no me desanimé y seguí creyendo en el amor. Un día en una sala de baile el profesor de salsa me cogió por la cintura..."
Me había zampado de un bocado el pasteis y la crema rebosaba en mi boca, el picor en la entrepierna se había vuelto más furioso.
"Y fue cuando dije ¡Dios mío! ¡Dios bendito!"
El picor ahora ardía, me fui al baño para mirarme en el espejo y vi que tenía mi perfectamente depilado pubis hinchado y en ese triangulito de vello perfectamente recortado saltaban extasiados unos cangrejillos blancos, miré la mano con la que había estado rascándome y los vi moverse bajo mis uñas.
"¡menudo pollón!"
-¡Hijo de la gran...!_ grité con todas mis fuerzas
En la tele el público se descacharraba de la risa.
Me tumbé en la cama boca abajo porque la quemadura del trasero me limitaba la postura y en ese momento de furia quise un poco de luz,
-Un momento, el apartahotel Overlook de los...
Pensé que a lo mejor el verdadero responsable no había sido mi marido, sino las sábanas de ese lugar inmundo.
Mi marido, mi amado marido llevamos menos de diez años. Me lancé al teléfono farfullando:
-¡Contesta, ma..., mamonazo, ma..., marido!
El teléfono al que ha llamado está apagado o fuera de covertura en este momento, si lo desea deje su mensaje después del tono.
Estampé mi teléfono contra el suelo repugnada al ver que no me había deshecho de los restos de esos moluscos vaginales que se retorcían bajo mi manicura francesa. Ellos parecían ser los únicos en contestarme.
Cogí una cuchilla y me depilé mi "art-pubis" todo un descubrimiento en Miami.
-¡Morir cangrejos del demonio!
Luego empecé a llorar, arranqué las sábanas las colgué de la lámpara. Aún desnuda cogí unas tijeras y me pusé a apuñalar el colchón, hasta que me quedé dormida.
-Hey, tú, la de la vagina calva.
-¿Eh? qué, qué es esto
- Somos nosotros, los cangrejos vaginales que hemos tenido a gusto acompañarte estas vacaciones.
- Málditos bichos inmundos, qué queréis de mi.
- Hombre, pues la contestación lógica a esa pregunta es vivir en tu pubis, pero desde que lo has dejado calvo, ya no nos interesa demasiado.
Tienes un pubis muy bonito, ¿sabes?
- Gracias, me hice una vaginoplastia, me la pagó mi marido fue mi regalo de aniversario.
- ¿Vagino...quéee?
-Va-gi-no-plastia, consiste en recortarse la piel de los labios vaginales para que la vagina tenga una apariencia más...eeehm...estética.
- Suena muy doloroso, queremos decir una operación quirúrgica con su anestésia, su postoperatorio, sus más que probables infecciones...y creenos, las infecciones aquí abajo son muy comunes. Que a nosotros nos encanta una vagina sucia, fea, llena de pliegues y peluda ¡eh!
- Supongo, que entonces os hubiera encantado como era antes de la operación. Tenía una vagina feísima.
Mi marido lo decía "no quiero practicarte el sexo oral, es tú vagina, no yo"
-Nosotros que de esto sabemos un rato, sabemos que fisiológicamente todas son iguales. Bellas, un lugar ideal para vivir.
-Ahora, da igual bichos inmundos, no se si mi marido me la pega.
-Comprenderás que gracias a esas aventurillas, nosotros viajamos y conocemos genitalia. Así que no tenemos nada en contra de tu marido.
-Si tan sólo pudiera saber quién, quiero decir de dónde venis.
-Nuestro origen es muy remoto, hemos pasado por muchos pubis.
-Sí, pero quién fue el último.
-No lo recordamos. De todas formas estamos encantados de que nos lleves contigo.
-Se puede ser más patética, mi única compañía vacacional son estos cangrejos vaginales.
Se puede saber qué diablos hago yo haciendo hablando con vosotros. Estoy volviendome loca, ¡estoy hablando con mi pubis!
Lo que yo no sabía es que estaba delirando, es lo que tiene las infecciones, te dan una fiebre horrible. Creo que una sobredosis de azúcar y la indigestión a pasteis de nata también ayudo a crear el "setting" de esa cómica fantasía.
Me levanté envuelta en sudor, vomité hasta quedarme sin fuerzas y salí a la terraza del apartahotel.
La brisa del mar me envolvió y tuvé una revelación, susurré:
-¡Quiero un pene!
Me quedé perpleja, no me entró la risa ni nada, por primera vez en mucho tiempo me di cuenta de las gilipolleces que había hecho por culpa de mi vagina, por mi marido, por amor.
¡Qué va! era por culpa de su pene.
Pensé en Encarnación, la señora del talk show "un pollón me cambió la vida", lo entendí todo las risitas nerviosas de las señoras del público eran subconscientes reprimidos y liberados en forma de acto involuntario, una pista que les decía que ellas también querían un pene. ¡Todo el mundo lo quiere!
En cuanto abrieron las tiendas me planté en un sex shop cuya dirección encontré en internet.
-Hola buenos días, quiero un pene.
-Perdone, no hablo su idioma.
-¡Vamos! ¿no sabe lo que es un pene?, ¿una polla?
Sorprendentemente el dependiente me miro como escandalizado y sorprendido.
Me puse la mano en la entrepierna y moví el dedo indice. El hombre seguía con esa mirada de incomprensión en su cara, yo seguí diciendo:
-pero como el dedo no, más gordo, un buen pene.
Al rato trajo toda clase de vibradores, dildos, consoladores etc. Frustrada, cogí uno de ellos color carne, me lo puse en la entrepierna y dije:
-Esto, esto, pene, ¿lo ve?, ¿me entiende?
-¡AAaah!
Al rato me trajo una braga con un enorme falo de plástico.
-¡Por fín! eso, eso es lo que quería. ¿Me lo puedo llevar puesto?
Al rato tenía un bulto enorme bajo mi pareo y una gran sonrisa en la cara.
Lo que hice el resto de mis vacaciones fue disfrutar, los cangrejos desaparecieron al día siguiente de depilarme.
Tuve que soportar alguna que otra mirada grotesca, sobretodo cuando estaba en alguna terraza, me gustaba imitar a Sharon Stone, los hombres me miraban ojipláticos, entonces ¡zas! golpe de gracia final, les guiñaba un ojo pícaramente.
Porque lo creáis o no yo podía ver en esas caras un igual, un "¡dios mío qué pollón!" y era entonces cuando algunos inclinaban la cabeza para saludarme con respeto y yo sonreía, una sonrisa de tener pollón.
Todos esos relatos de gente que se pierde, sale de su entorno y tiene una revelación, todos esos relatos me parecían tan cercanos.
En cuanto a mi marido, me llamaba cada día como si supiera que algo era distinto. Me decía "te noto en la voz que estás muy cambiada, te están sentando bien las vacaciones". Él no se imaginaba lo bien que me estaban sentando.
Antes de volverme de vacaciones paré en la "pastaleria", compré pasteles para mi marido, yo ni siquiera los miré.
Cuando volví a casa mi marido aún estaba en la oficina, yo me puse un batín de seda, me acerqué a la cadena y pusé a Maurice Ravel.
Mientras tarareaba el bolero mi marido entró por la puerta, le miré, él me miró y le empujé contra la pared.
-Perdona cariño_ me dijo
-Ponte de rodillas_ le dije con una determinación inusual en mi.
Me abrí el batín
- ¡Dios mío! pero qué...
-Trágatela
Seguí tarareando el bolero mientras mi marido se ahogaba entre lágrimas y saliva. A veces la sacaba de la boca y le abofeteaba con ella.
-Ahora ponte a cuatro patas.
Toda una revelación, desde ese día no volví a saber nada de aquellas voces febriles, infecciones, dulces, blanqueamiento anal, affairs etc. Tampoco volví a necesitar la polla de plástico, porque en mi entrepierna donde hubo una bonita vaginoplastia ahora había todo un pollón.
Encarnación estaba en lo cierto, a veces me imaginaba transmitiendo mi sabiduría a todas las mujeres por la tele con el rotulito verde abajo en la pantalla "un pollón me cambió la vida", o en el salón de convenciones de un hotel de calificación cuestionable tres estrellas del Algarve.
jueves, 29 de septiembre de 2011
Epifanía Fálica: Otra revelación vacacional
Publicado por Helena Martín en 8:12 2 comentarios
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