No sé como sentirme ante esto que he escrito, en fin para eso están los lectores, puede que se me haya ido para no volver...la pelota, digo:
Me tumbo en el suelo de mi habitación y veo mi cuerpo en descomposición:
Un profesor de filosofía dijo una vez en clase que no se pondría en nuestro pellejo, que la nuestra era una edad muy difícil, luego profundizó en el tema argumentando por qué había dicho eso. Todo el mundo sabe lo de la inseguridad y los complejos y el profesor sólo soltó un puñado de tópicos estúpidos que pusieron a parte de la clase en contra de lo que decía, a otra parte totalmente a favor y luego, otros como yo ignoramos la mayor parte de lo que se dijo porque en general todo nos daba igual.
Era un día gris británico de otoño en esta parte del sur del país, volví a casa fumando un cigarro , sorbiéndome la nariz y pensando en la chica que me gustaba. Me excitaba muchísimo y a la vez me confundía, tenía que ser mía a toda costa. Yo me dedicaba a hacer el payaso y a aparentar que sabía muchísimo de toda la música de mierda que ella escuchaba. Ella me decía que le gustaba como vestía con ese abrigo con botones cruzados de paño negro dos tallas más grande.
Pero lo que se te pasa por la cabeza cuando la ves besuquearse con el asqueroso de turno, no es lo que sentías cuando te acompañaba a fumar a escondidas. Ese día me la encontré besándose con aquel tío, él estaba empalmado y le metía la mano entre la falda del uniforme en lo que parecía un intento de pellizcar más que acariciar. Abrían mucho la boca y tenían que parar para secarse la baba, fue en uno de esos parones que se percataron de que estaba allí fumando junto a ellos, en ese sitio que había sido nuestro escondite.
-¿qué miras pervertido de mierda?
Fue lo que me dijo ese imbécil y ella soltó una carcajada.
No tenía ganas de volver a casa, por eso en el camino paré en el cementerio, un cementerio victoriano más del sur de Inglaterra, lleno de urnas, frases en latín y angelotes que parecían haber llorado durante muchos años, pero que en realidad no era más que la erosión y manchas de humedad en la piedra que un día fue blanca y hoy gris. Me tumbé sobre una lápida y miré a uno de esos angelotes.
-¿qué miras pervertido de mierda?
Debería haberme sentido miserable, pero el recrearme en esa miseria me hizo un poco feliz.
Después de llorar durante un rato y babear como un imbécil, me quedé allí dormido.
Lo que soñé fue extraordinario, había un hombre desenterrando todos los ataúdes con unas manos pálidas de dedos delgados, sus dedos se hundían en la tierra negra y conseguía sacar unos cuantos ataúdes, luego abrió algunos y cuerpos blanquísimos, huesudos y membranosos caían entre sus brazos, el hombre los incorporaba como podía, decía cosas sin sentido de las cuales sólo pude entender un grito:
-¡Corred, sois libres!
Entonces me desperté de golpe y comencé a chillar, del miedo me había meado encima, desorientado me dí un golpe en la cabeza con el angelote de piedra.
-¿Está muerto?_ distinguí en una voz a lo lejos
-Qué va, el hijoputa sólo tiene un golpe en la cabeza.
Me llevaron a mi casa.
-Podías haber muerto de frío, imbécil_ me gritaba histérica mi madre entre abrazos y pescozones.
Ese día estuve en la cama y me di cuenta de que había algo que no encajaba, era como si de verdad no sintiera nada. Me había dado un golpe tremendo en la cabeza, tenía la frente enorme y un ojo casi invisible entre una amalgama de carne morada, pero no me dolía.
El resto del día lo pase durmiendo, pensé que todo era por culpa de los calmantes.
Mi madre me levantó para ir a clase, mientras desayunaba, ella me echaba una pomada en la frente y en el ojo hinchado, después de un momento incómodo de palpar aquí y allá, se retiró extrañada:
-¿No te duele?
-No
Siguió echándome aquella crema apestosa con más firmeza
-¿No te molesta si te aprieto aquí?_ decía mientras hundía sus dedos en la blanda carne de mi enorme sien.
-No
-Bueno, me imagino que ahora me pondrás alguna pega para no ir a clase...
-No
-Al menos podrías vestirte de otro color que no fuera negro, te hace muy pálido.
-Adiós mamá.
De camino al colegio pasé delante del cementerio y un cosquilleo placentero me recorrió todo el cuerpo. Al llegar a clase el imbécil que estaba con mi chica, se me acercó y me dio un golpe en aquel bulto enorme de mi sien. Lo que hubiera desencadenado un dolor agudo sólo produjo una respuesta indiferente por mi parte y esto molesto increíblemente al imbécil.
-¿Qué te pasa subnormal?
Y aunque intenté mirarle con asco sólo me salió levantar la cabeza y mirarle fijamente. Sorprendentemente él se puso pálido y no respondió, se alejó corriendo para encerrarse en el servicio. Me encogí de hombros y entré en clase.
Luego me enteré que el muy imbécil fue contando que mi cara se había movido, aunque me dio igual.
Volví a casa y decidí parar en el cementerio, el sueño del hombre loco me había dejado descolocado y a lo mejor en ese sueño estaba la respuesta a lo dejar de repente de sentir. Me tumbé en la lápida donde me quedé dormido el día anterior.
He dejado de sentir, me di cuenta en la clase de filosofía, el profesor seguía con el mismo tema y descubrí que su reflexión ya ni siquiera me producía indiferencia, he llegado a un estado absoluto de ausencia de emociones, quizás era lo que siempre había querido, pero ya ni siquiera sé lo que es el deseo. Ser más fuerte que nadie, saber que probablemente por no sentir nada lo fuera en verdad no me producía ninguna satisfacción. Me incorporé y empecé a forzar la cara hasta dibujar una sonrisa.
Alguien me vio, soltó un grito de terror y salió corriendo.
No os imagináis lo difícil que es describir todo esto, ahora que no siento nada.
Efectivamente el bulto en mi cara se movía y de la noche a la mañana desapareció. Mi madre se empeñó en llevarme al médico porque como era de esperar un golpe tan grande en la cabeza tendría sus consecuencias.
Desde que le dije que era incapaz de sentir estaba preocupada de que tuviera algún tipo de lesión cerebral o amnesia de emociones si es que eso era posible.
Volví a pensar que en esa situación era más poderoso que el resto de personas, pero no era un sentimiento de euforia, ni de superioridad, simplemente lo sabía y me daba igual.
En los escáneres no vieron nada.
Mi situación en clase cambio, la gente me tenía miedo, no comentaban nada sobre mi, ni se acercaban, pero la chica que me gustaba pensó que era misterioso.
Un día me llevó donde fumábamos a escondidas y me dijo:
-Dicen que no sientes nada...
No supe que contestar, ella sonrió y respondió por mi metiendo su mano en el interior de mis pantalones y masturbándome.
-Sabía que era un bulo...
Después de un rato, eyaculé. Pero no sentí nada, mis funciones corporales estaban perfectas y por eso con la estimulación pasó lo que tenía que pasar y lo peor es que la chica se dio cuenta.
Me miro fijamente, asustadísima, qué sentiríais vosotros ante algo así, ni aunque me lo pudierais describir acertaría a recrearlo.
-Estás...estás..._dijo sollozando_ ¡estás muerto!
Sólo acerté a decir:
-Gracias_ y en verdad estaba agradecido, estaba tan por encima de todo lo terrenal que no me había dado por pensar que en realidad todo esto que me pasaba era un asunto meramente terrenal. A todos nos llega y a mi me llegó en vida, ¿pero cómo? La última vez que sentí algo fue en el cementerio, así que me fui para allá y observé en la lápida donde había yacido y nunca mejor dicho, unas larvas como babosas de caracol, grandes, blandas, amorfas, viscosas y de color gris arrastrándose hacia mi, de repente mi cabeza comenzó a latir, como si alguien llamara desde dentro a fuera, la muy condenada debía de haber estado moviéndose en mi y por eso nadie la podía ver, ni siquiera los escáneres médicos la habían detectado. Lo que la gente si había podido ver es mi mirada, lo que había detrás de ella era un misterio.
Corrí a casa y me miré en el espejo del baño, y lo vi, no había nada, nada de nada.
No sentía desesperación, estaba tranquilo, podría haberme permitido pasar por este mundo siendo un superhombre, pero elegí, por voluntad propia y por el bien de los demás, acabar con esto. Cogí las tijeras del botiquín e intenté recordar desde donde habían llamado a la puerta, intenté ser frío, quirúrgicamente preciso, pero cuando saqué un cachito de aquella babosa empecé a sentir dolor y a recordar lo que aquella chica me hizo en el patio de atrás y las ganas que tenía de atizar al imbécil con el que estaba enrollada y la precisión quirúrgica se convirtió en un estropicio, así que probé con otro acceso directo: los ojos, oí chillar al asqueroso bichejo en mi interior.
Pero fue demasiado tarde, mi madre me encontró y ahora sueño y siento cosas sólo a veces por eso soy capaz de terminar esto y de contaros mi historia.
Por eso ya no me aterra el hombre que desenterraba a la gente y les susurraba a sus cuerpos blandos e inútiles “¡corred, sois libres!”