miércoles, 26 de mayo de 2010

Madrid

Desde que era pequeña aprendí que era común tener un pariente almacenado en la gran ciudad. La primera vez que visité la ciudad era navidad, mi hermano y yo estábamos apretujados en dos trencas azul marino y enroscados en varios metros de bufanda. Mi primer recuerdo de Madrid es la canción metálica de los automatismos navideños de unos grandes almacenes del centro. Mi hermano y yo nos mirábamos alucinados como si nos costara creer todo a nuestro al rededor, los cuatro carriles, el mogollón de gente, un tren subterráneo y un montón de cosas que excitaban los sentidos como neones y ruidos de bocina. Madrid era un desplegable, una alacena llena de dulces escondidos.
Cuando eres el ojo derecho y vago de la gran ciudad, Madrid es tu moco del orificio nasal izquierdo. Cuando el ojo llora, la nariz moquea y eso lo sabemos desde siempre. “Si quieres ganarte la vida tendrás que ir a Madrid” Los de mi ciudad siempre sentimos predestinación cada vez que nos plantamos con una maleta aquí, eso y algo parecido a una agorafobia consentida. Así empieza todo, la ciudad ya no cae hacia el río sino hacia el metro y viajando en él aprendes a ver estampas y cuadros vivientes. A veces los miras curioso y te atreves a aventurar una interpretación de lo plano, una historia que nunca preguntarás porque otra de las fobias consentidas comienza a aflorar: hablar para los demás.
Un día te sorprendes conversando antisépticamente con el espejo “aaaaah”, todo en orden, la lengua sigue ahí, pero… por si acaso también la estiras los fines de semana besando a demasiados desconocidos y hablas bla bla. No sabes lo que es un madrileño de pro más allá de lo hojaldrado.
Así pasan los días, no me llame de usted, llámame de tú, llámame tu imbécil o llámame a secas.
Hoy es tarde para ser un domingo y para andar sola por la calle, vuelvo por San Bernardo hasta Gran Vía a paso ligero. Me siento como mi ciudad: luminosa, de repente aparece el Madrid de lo hojaldrado dando tumbos por Gran Vía y os encontráis de frente.
-¿Qué haces por aquí a estas horas?
-Ya ves, dando un paseito para despejar la mente.
-¿Por qué vas sola?
-Necesitaba pensar.
-Y en qué piensas.
- En las clases, en los libros…
Madrid te intenta explicar que la diferencia quizás es sólo estructural, te pide que pienses en los libros que amas, en lo que amas y en lugar de verlos en una enorme y plana mesa de colores cambiantes, lo ves apilado en estanterías y tu asientes, le sonríes y te vas con él a la cama.
-Buenas noches Madrid.