viernes, 27 de noviembre de 2009

Low Tide

Esta es la historia de un zapato que me encontré en una playa de Edimburgo, de la corona de flores que iba y venía en el cantábrico cerca de a Coruña, del anillo de casado que perdió mi padre nadando en el sur, de alguna historia más como la muerte de Shelley y también por qué no de las compresas a la deriva en la Barceloneta.
Low Tide

Ya baja como cada mañana a la playa la marea.

Hoy tampoco me ha devuelto lo que vengo pidiendo.

¿Se hundió o sigue flotando?

Y cuando subo a casa a descansar

Recupero al fin tu cadáver azul mar,

tu cabello de algas, tu esqueleto coral,

tus ojos perla...

Sueño con el cofre de tu pecho

repleto de tesoros blandos

Y te veo flotando luna arriba, boca abajo

Ya baja como cada mañana a la playa la marea.

viernes, 13 de noviembre de 2009

La unión escritora-cantautor y de lo que de esta nació.

Por fín un relato...auch!

El misterio del humo, el negro ocasional, los cordones y las carreras “accidentales”

Me gusta creer que soy excéntrica, pero no de esa clase de excentricidad de la cual presumen los artistas. Ni tengo un tic, ni visto sólo de un color, ni tengo fobias fuera de lo común, simplemente me gusta vestir de negro cuando estoy melancólica, me gusta llevar un cordón de los zapatos desatado y si ese día me entran ganas de llorar alguna carrera en las medias. Sólo para contrastar la sobriedad del negro con la pequeña imperfección. Es entonces cuando me paro a esperar a que el semáforo se ponga en verde y miro de reojo a ver si alguien repara en el cordón o en la carrera, nunca dicen nada sólo miran conteniendo un comentario que se pierde por que es obvio y breve. Me gusta dejar que se planteen que esas faltas son fruto de la casualidad o de la prisa de esas que sólo se ven en situaciones como la de esperar a que se abra el semáforo.
También fumo, pero no por ninguno de los motivos que la gente fuma. No me pararía jamás en un café a escribir mientras fumo. Me gusta andar rápido con mi cordón desatado y echando el humo por la nariz. Fumo así sólo cuando hace frío, por ejemplo en noviembre cuando el frío apenas te deja respirar. Nunca llevo bufanda y llevo unos guantes que yo misma corté para dejar las falanges asomando y que así se me congelen los deditos. Me encantan los calambres. También me gusta que se me congele la cara y que me lloren los ojos.

La unión escritora-cantautor


Un invierno de humo por la nariz me enrollé con un cantautor y si la mayoría me parecen cretinazos por un odio visceral a cualquier forma de creación que no sea la mía propia de él sólo diré que me pareció bonito lo que cantaba. Lloro en los conciertos pero de la misma forma de la que visto de negro, llevo el cordón desatado o la carrera en las medias. No es que rechace enamorarme, pero me da miedo a pasarme el invierno entero obligándome a fumar y sufrir como sólo sufre lo que escribo. No voy a negar que pensé mucho en los niños feos que daríamos al mundo por culpa de que él escribía de una forma y yo veía el mundo de otra. Ese invierno fume mucho.

El mismo invierno al año siguiente, cajetillas, negro, cordones y medias después


Me forcé a ser un poco excéntrica y entonces entendí la esencia de llamar la atención. Los pequeños accesos de melancolía ya eran tics de excentricidad. Él empezó a leer palabras en recitales en lugar de cantar. El niño feo que surgió de nuestra unión se había partido a la mitad: Su parte se había unido de manera más o menos bella y orgánica a otra (confieso que deseé una criatura de Frankenstein para él con todo mi negro estomago).
Mi parte había sido quirúrgicamente reconstruida y exhibía una feísima cicatriz.

El niño


El niño o relato breve iba sobre un hombre que iba a un bosque, veía árboles y no se qué hostias de repercusiones cósmicas o conciencia del ser.
¡Qué bonito era el suyo!, ¡había hasta una chica que pintaba! Y…y…el hombre iba en coche a un bosque de…pinos. ¡PINOS! Me reí tanto cuando vi el árbol elegido.
El mío intentaba ser bonito, pero me faltaban referencias. Me hubiera gustado describir los colores de ese atardecer en el horizonte de Castilla, tan plano…Pero, en lugar de dibujar con palabras, mi atardecer fue un tordillo que salió a toda velocidad por una chimenea sorprendiendo a todo el mundo en el salón y estrellándose contra la ventana. El atardecer fue ese mismo pájaro aturdido en el suelo y la mancha roja que dejó en el cristal doble. Una mancha que se expandía hasta que en sus bordes sólo se veían la sombra de un poquito de hollín y la suavidad sucia de las pequeñas plumas negras.Mis árboles eran chopos, elegantes y plateados.
Él escribió sobre un coche y pinos fálicos engendradores. Yo, como soy mujer sobre chopos y los ojos de sus pálidos troncos mirando (como en el semáforo) al hombrecillo exhausto que había caminado para encontrarse perdido.
El hombre de su relato volvía al lado de la mujer que pintaba colores en un lienzo.
El hombre de mi relato se quedaba en medio del bosque, paralizado, pensando que estaba demasiado triste como para no fumar.

jueves, 5 de noviembre de 2009

Donde ya no volveré a verte I

El otro día soñé que me iban a enterrar y creo que fue el día más feliz de mi vida. Había un montón de gente llorando y todo era exageradamente frágil. Estaba pletóricamente pálido y con una sonrisa que quería decir al mundo “joderos”. Lo gritaban en silencio y por eso era tan perfecto porque era un sentimiento sellado en unos labios ligeramente ciruela que hablaban sin la intervención de ningún órgano vivo. El llanto distante de las plañideras sonaba como una canción shoegaze y las notas del piano en el servicio eran como diminutas gotas de lluvia cayendo sobre las briznas de hierba verde intenso del campo como en algún anuncio de agua fresca. Las teclas eran acariciadas como si fuesen finísimos capilares sanguíneos que cuando se pulsaban se rompían en la rojez de una nariz moqueante o en unos ojos hartos de llorar. Preciosísimo, conmovedor y cuando vi a los presentes primero sentí ganas de reír (esto lo haríamos todos si viéramos quien va a comprobar que por fin hemos dejado este mundo) y luego miedo, me preguntaba si se contarían los unos a los otros todas aquellas cosas que había inventado por crear un mundo más estúpidamente/inteligentemente mágico, después de todo soy escritor y así quería que se me recordara. La mierda siempre acaba saliendo a flote pero cuando la abandera una causa literaria pasa más desapercibida y a veces incluso se relame y saborea. Además quería que todos pensarán que mi artificio fue magistral hasta el punto de haberme ido, de haberme colado por el escotillón diciendo “adieu!, adieu!” y que todos siguieran preguntándose qué clase de personaje era ese que había estado en escena.

Continuará
La Generación del CeroNueve