domingo, 22 de mayo de 2011

De como hacer brotar palabras de la lengua

“mírame, mírame, mírame”_ decía mentalmente clavando su mirada en el cogote de aquel chico mientras masticaba en un lado del patio un sandwich.

Si por casualidad él miraba, se tapaba la boca y desviaba la mirada hacia otro lado. Ese mismo día en ese mismo instante en el que él se giró para mirarla, ella se volvió a tapar la boca y se mordió por accidente la lengua tan fuerte que una lagrimilla se le escurrió por el rabillo del ojo.

Quería escupir la sangre, pero él no dejaba de mirarla y la sangre se fue repartiendo por toda la cavidad de su boca, haciéndose espesa, mezclándose con su saliva y bajando lentamente por su garganta. Un momento delicioso.

Cuando volvió a casa se miró la lengua en el espejo estaba hinchada y rosada, se ruborizó ante esa imagen y luego se llevó un dedo a la boca.

“mírame, mírame, mírame”_ volvía a decir, esta vez con el sandwich a un lado. Pero él no miraba.

Entonces, dijo su nombre en bajito y por casualidad más que porque él la hubiera oído, se giró. Un nombre que comenzaba por consonante dental, un leve roce que le abrió la herida de la lengua y de ahí volvió a brotar el mismo sabor.

En todo el tiempo que estuvieron en el mismo instituto nunca se atrevió a decirle nada, pero ella nunca se olvido de él.

Ya durante su juventud salió con algún que otro chico, pero insatisfecha nunca llegaba a tener esa sensación que a veces y en secreto rememoraba mordiéndose con fuerza los labios, o la lengua.

El tiempo pasaba y ella se cansó de ver a hombres, aunque pensaba muchas veces en el amor. Cuando ese sentimiento se quedaba con ella todo el día se mordía y se le pasaba.

Había empezado a tener problemas de vocalización y el médico temía que terminará en atragantamiento por eso la puso bajo su estricta vigilancia y ella era un poco más feliz. Cuando le examinaba la boca y la lengua no podía evitar excitarse y gemir. Pero el médico siempre atribuía esos sonidos al dolor, la consolaba y la inflaba a medicación.

Las pastillas no le gustaban porque una vez tras tomarse la medicación le dio por pensar demasiado y preguntarse por qué hacía eso, por qué no paraba, en definitiva lo que el médico llamó ataque de pánico cuando la vio plantada en la consulta jadeando y con sólo un abrigo encima.

Transtorno bipolar del tipo I, una época de internamiento y vigilancia. A ella no le molestaba precisamente estar internada, lo que no podía soportar era ir día y noche con una mordaza y pensar y pensar tras haber tomado su medicación. Por eso precisamente tuvo otro “ataque” y en un descuido casi se corta la lengua:

-Pero doctor_ decía ceceante_ha sido un accidente. Me asusté al ver que llevaba tiempo sin sentir nada.

Le cambiaron la medicación y se pasaba el día durmiendo y atada. Cuando el doctor la visitaba para examinarla seguía gimiendo. Por eso decidió cambiarle la dosis “esta parece producirle ansiedad”.

No diría que ella no era feliz, pero tampoco lo sabía muy bien.

El tiempo pasó y como era lógico se fue recuperando, ahora tenía una doctora.

-Le confieso que tengo ganas de volver a mi vida, a mi rutina, ver a algún chico_ sonrió

-Eso es bueno, querida.

-Tengo ganas de salir y...hacer cosas_ se paró para mirar el gotero con el que la alimentaban_ doctora.

-¿Si?

-Cree que podría comer un sandwich.

La doctora sonrió:

-No veo que mal te podría hacer eso.

En su habitación ya vestida alguien llamó a la puerta, ella hacía su maleta.

-Sí, pase por favor_ dijo siguiendo a lo suyo.

-La doctora, quería darle una sorpresa_dijo aquel chico vestido de blanco.

Ella se giró y le vio a él.

-Un sandwich_ dijo levantando una tapadera y sirviéndole el sandwich.

Idiotizada cogió el sandwich entre sus manos y lo dejó a un lado.

-¡Espera!

Él se giró.

-Podrías quedarte, me vendrá bien algo de compañía.

El chico la observó reconociendo en esa chica algo familiar, luego pensó que era una paciente más a la que probablemente ya hubiera asistido.

Aun así, siguió mirándola intentando reconocer esa cara tan familiar. De repente, vio como de las comisuras se le escapaba un líquido espeso y carmesí.

Entonces ella se desvaneció en la cama y él se apresuró a su cama, le colocó las manos en la cara.

La sangre le bajaba caliente por el cuello acariciándola suavemente, él abrió la boca y con cuidado le metió los dedos.

Ella entornó los ojos y él suplicante gritaba:

-Mírame, mírame, mírame.

Ella le miró.

Entre espasmos y gorjeos, nadie oyó las palabras brotando vivas y rojas de su lengua: “llevo toda mi vida esperando que esto pasara”.

viernes, 6 de mayo de 2011

Mañana tendré las piernas moradas

La verdad es que no sé como titularlo...

Hay un bulto que fluye por el cauce del río, lo vimos pasar hace unos metros y empezamos a correr tras él. Aunque es complicado mantener el equilibrio porque la vega está húmeda y el suelo resbala nos decidimos a seguir al bulto cuando ibamos a besarnos a escondidas debajo del puente, yo iba a cerrar los ojos del todo todo y fue cuando la chaqueta del bulto se quedó por un momento enganchada en unas ramas, como el río baja con tanta fuerza en esta parte de su cauce siguió flotando arrastrado por la corriente. Me dió tiempo a decir “¡mira!” y justo después fuimos a su encuentro.

Casi sin aliento corremos detrás del bulto y especulamos:

-seguro que es sólo una chaqueta.

-¡No! La chaqueta tiene algo dentro está como inflada.

-Pues entonces es un espantapájaros de una de las huertas de la vega.

-No, no puede ser en esta época.

-Precisamente, alguien se habrá librado de él.

-¡Cómo en las pelis de mafiosos! Pies de plomo.

-Nooo, del espantapájaros.

-Es un apodo genial para un soplón. ¡Corre! Que nos lleva ventaja

Seguimos como podemos entre la maleza de la vega, ramas y hojas se enganchan y me trepan por el vestido.

-¿Qué pinta tendrá un muerto?

-Son muy feos y huelen mal.

-Eso es en las películas para impresionar.

-Son azul-morado-verde como la evolución de un moratón, pero todo junto.

-¿Cómo es un ahogado?

-Depende del agua

-El agua es incolora imbécil

-Entonces son incoloros

Este chico me ha gustado de siempre, no sé lo que se siente al dar un beso...

-¡Quieres darte prisa!

La chaqueta cada vez corría más rápido y pareció dar un bote en el agua.

-He visto una mano, ¡una mano!

-Seguro que es un pez

-Las manos de los ahogados parecen peces

-¡Sí ya! y los ojos perlas.

- Anda corre.

Sigo corriendo y pienso en los besos, en que dentro de poco lo sabré, cuando acabé la estupidez está de perseguir una chaqueta por el río, a qué sabrán, de qué color se te quedan los lábios después de besar, si me abrazará, si se hinchará... Corro tan rápido como puedo, tropezando y golpeandome con todo, mañana tendré las piernas moradas.

Ya no siento casi la respiración y el corazón va tan fuerte que lo oigo golpear en mi oido.

-¿Dónde estás?

No me contesta y yo sigo llevada por los besos que me arrastran a una boca enorme y húmeda, tan grande que me moja entera y me quita la respiración, el corazón ya es un murmullo fuera de mi y me siento tan agusto arrastrada por esa imagen borrosa. En mi boca el sabor a humedad que entra por todas partes, nariz, oidos. ¡Cómo me acaricia el pelo!

Oigo tu voz

-Abre los ojos

Cómo te explico yo ahora que me da vergüenza besarte con los ojos abiertos, lo haré por tí, entreabro los ojos y estás como en un cielo.

Su boca baja a mis labios y me calo hasta los huesos, a mi lado una chaqueta negra, sólo una chaqueta.

miércoles, 4 de mayo de 2011

Un portal a otro mundo.

Bueno, como dije el otro día ya recuperada y cada día haciendo cosas con más ganas ya hasta me maquillo todos los días, eso sí nunca me peino, ¡qué coñazo!

Un portal a otro mundo

Durante su funeral lloró mucho, su cabeza se había quedado como la de los perritos de la bandeja de atrás de los coches asintiendo sin parar.

-Lo siento, allí estará bien.

-Te acompaño en sentimiento.

-Ahora estará mejor.

-Era tan bueno.

-Una pérdida muy sentida.

Se quedó viuda a mitad de camino, ni demasiado mayor ni demasiado joven. Enormes lagrimones le resbalaban detrás de los negros cristales, era una imagen preciosa y conmovedora verla asentir envuelta en negro, tan conmovedora que nadie se atrevió a interrumpir esa fascinante soledad y desde la distancia los asistentes la miraban como contemplando un bello y desconcertante cuadro.

La gente solía llamar por teléfono, a la puerta, “¿estás bien?”, “deberías salir”. Lo que no sabían es que ella estaba como en el funeral asintiendo inconscientemente pero sin saber muy bien por qué.

Pasó el tiempo y la gente también. Su vecina subía de vez en cuando, en el fondo le gustaba sentirse útil y tan generosa. Un día en el que subió a verla, la encontró sentada en el sofá con la mirada perdida en el reflejo del televisor apagado.

-No puedes seguir así_ ella no contestó.

-¿Me has oído?

-No es sano, hay un mundo ahí fuera.

Resopló desesperada al ver que la viuda perrito no decía nada, miró el reflejo de esa cara en el televisor y por no soportar la imagen cogió el mando de la tele y la encendió.

-Necesitas que te de el aire, hace un día precioso y aquí huele fatal, ¿cuánto hace que no ventilas?_ decía rodeada de un ensordecedor claqueteo de persianas y chirridos de bisagras.

-¿Eh?_ se giró para mirarla como buscando una contestación en la expresión de su gesto.

-¡JESÚS!_ quería expresar sorpresa y alegría pero sonó más a susto terrorífico de la señora vecina.

La viuda estaba mirando fijamente al televisor con una sonrisa de oreja a oreja.

-Sabía que te animaría_ la vecina se sentó a su lado, pero la viuda no apartaba la vista del televisor.

-Ahora ya sabes, a salir, una vueltecita de vez en cuando al “super”_ dijo sonriente y satisfecha de su gran logro, entonces la viuda empezó a reír en alto. La vecina no sabía muy bien que pensar, pero prefería seguir con su versión de su curación milagrosa a través del poder de las pequeñas cosas absurdas como un poco de luz, un poco de aire fresco, una agradable sonrisa y un poco de tele.

Lo que no había visto la satisfecha vecina es que al cerrar la puerta e irse corriendo a contarle a alguien la hazaña, la viuda se dirigió al televisor con un “¡Hola! Mi amor, mi vida” y sólo hace unos minutos cuando ella subía las persianas en esa tele apareció un señor bien parecido que dijo: “Buenos días”.

No sabía muy bien porqué estaba allí, pero él, su marido estaba en la tele hablándole, a ella. Se pasó horas conversando con él y cuando desapareció, volvió a apagar la tele y se puso a hacer garabatos que pretendían ser física en un viejo bloc donde había teléfonos de médicos y nombres de medicinas tres veces al día durante no se cuantas semanas anotadas.

Escribió la palabra “POLTERGEIST” en letras mayúsculas y pensó en la película, pero en su casa los armarios eran muebles que no escupían rayos, ni conducían a ninguna dimensión. Frustrada ante el descubrimiento de que lo único que había en el fondo del armario era contrachapado, se pasó horas intentando buscar a su marido en la tele, cambiando los canales durante horas, pero fue en vano. Agotada se quedaba dormida al lado del televisor y en sueños le parecía escuchar su voz. Cuando se levantaba, tenía los todos pelos de punta y alborotados, por eso supo que quien le hablaba de noche era él, su marido. Disparada, se puso una bata de lana y notó un calambre “ya voy amor”, bajó al piso de la vecina ya conocida en el bloque como la “milagros” porque había hecho de su vecina zombie un ser lleno de vida que no paraba en todo el bendito día, abriendo y cerrando puertas en el edificio.

Llamo frenéticamente al timbre con una mano y tocó a la puerta con la otra. La vecina abrió la puerta adormilada.

-¡Buenos días!_ dijo la viuda con su mejor sonrisa. La vecina se hubiera extrañado pero ver con esa inusual vitalidad a la viuda le siguió hinchando un poquitín el ego.

-Venía a pedirte, bueno, voy, voy a hacer cocido y me preguntaba si tienes algo para partir un hueso de jamón que le echo al caldo. No sé, un hacha o algo así.

-¿Un hacha?

-Me queda de rico, el caldo.

La vecina tardaba en contestar en parte por lo adormilada.

-Te parto a ti también un cachito del hueso, ya ya verás.

-No, no tengo un hacha...pero si bajas al carnicero te parte el hueso, ¡mujer! y te olvidas de complicaciones.

Aunque la sonrisa de la viuda quería decir “no pasa nada” su cara no podía esconder la decepción de no encontrar lo que buscaba. La vecina, por su parte pensó en lo misterioso que era salir de un duelo, “te agarrás a cualquier cosa, unos se echan a rezar y supongo que a otros les dará por cocinar”

-Tienes razón, me bajo al carnicero.

-Pues traeme ese cachito tan bueno, que ya me ha entrado gusa.

-¿Sabes qué? Que chica, estoy pensando que ponerme a hacer un cocido con lo que se tarda... ¡uf! Y luego me queda ahí en la nevera para los restos.

La vecina pensó en seguir la conversación “claro es que para una sola, un señor cocido...” pero lo inapropiado de su contestación se quedó medio trabado en la garganta y le salió un ruido extraño al que la viuda contestó:

-Salud.

Apenas unos instantes después de haber cerrado la puerta, la viuda llamo otra vez enérgicamente a la puerta.

-Hola...otra vez_ soltó entre risitas.

-¿qué se te ha olvidado maja?

-Pues fíjate, que he pensado que no tengo ningún martillo en casa... _ la vecina la miraba cada vez con más desconcierto y a punto estuvo de decirle “no estarás intentando hacerte daño, ¿verdad?”, pero la sonrisa extraña de la viuda la tenía medio atontada y también un poco intrigada, al fin y al cabo la vecina siempre había sido amiga de los “sucesos”. Con el “no” en la punta de la lengua, decidió ver a dónde llevaba todo ese rollo del hacha y del martillo.

-Claaaro, mi marido debe de tener alguno por alguna parte, en la caja de la herramienta.

-Maridos..._contestó sonriendo, a lo que la vecina salió escopeteada en busca de la caja de herramientas, para suerte de la viuda el marido de la vecina era albañil. Unos minutos más tarde detrás de ruido atronador de cacharros yendo y viniendo, apareció la vecina visiblemente acalorada y con el pelo revuelto.

-Sólo he encontrado esto_ dijo mostrándole a la viuda una maza. Los ojos de la viuda brillaban de satisfacción.

-¿alguna punta suelta?_ continuó la vecina acercándole la pesada maza.

-aha.

-Es un poco grande para una punta._ añadió retirando un poco la maza del alcance de la mano de la viuda.

-Bueno, servirá_contestó la viuda alargando el brazo.

Cuando la puerta se cerró la vecina se persignó y deseó por un momento no haber obrado mal, luego siguió a sus cosas esperando el resultado de aquel préstamo.

Maza en mano la viuda subió a su casa donde su marido volvió al televisor, tiró la maza al suelo y se arrodilló frente a la tele

-Mi vida, mi vida, sssh, escúchame, tranquilo, te voy a sacar de ahí.

Con fuerza sobrehumana empezó a destrozar el fondo del armario de contrachapado, pero allí sólo había una pared. La viuda volvió al salón donde estaba el televisor:

-¿Cariño?

En la imagen su marido estaba sobre una cama y alguien decía “lo estamos perdiendo”, la viuda se llevó las manos a la cabeza y gritó

-¡No! Esperad, yo sé, lo sé está aquí, sólo tengo que abrir un portal.

y la viuda salió corriendo a la habitación y empezó a golpear la pared con la maza con tanta energía que le quemaban los brazos y las manos.

Desde abajo se oían los golpes y la vecina pensó “eso es bueno, desahogarse” y se sintió estupendamente por volver a haber hecho el bien.

La viuda seguía destrozando aquella pared. Los golpes se sentían cada vez más fuertes. Sin aliento y reforzada por la idea de que la vibración le estaba conduciendo a ese portal donde estaba su marido golpeaba cada vez con más fuerza.

-¡Ya, casi estoy! ¡esperame cielo, ya casi!¡voy a por ti!

Los platos de la vecina comenzaron a temblar y toda la cocina parecía moverse.

La viuda golpeó una tubería del gas y el edificio entero desapareció en una dimensión desconocida, una puerta que le llevó a él tan entregada, que se fue ya prácticamente convertida en polvo.